III. La Huida.
Invierno de 1939 Prinz-Albrecht-Straße, 8. Berlín.
Mi Walther P38 soltaba humo por los sótanos del cuartel general de las SS. Una alarma ensordecedora inundaba todas las instancias mientras yo me subía al conducto de ventilación, sigilosamente, sin que nadie me descubriera y con el traje de un oficial alemán y documentación falsa bajé hasta las galerías principales donde por una rendija se veía a soldados corriendo de un lado a otro mientras un oficial les decía donde colocarse. Los soldados, parapetados bajo una mesa y apoyados en la pared esperaban mi presencia cuando yo por el conducto de ventilación, lancé una granada de palo. Mientras seguía, un ruido ensordecedor hizo temblar las paredes y acto seguido empezaron a darse los primeros gritos de angustia y desesperación. Cuando por fin me bajé en un cuartucho que tenía sólo una mesa puede comprobar que en el pasillo no había nadie a si que me puse bien el traje y acto seguido abrí la puerta y caminé con la más naturalidad que tapado con la gorra militar nadie me descubriría.
Salí de ese pasillo mientras una pareja, que me la encontré de frente; me dio el alto y pidió mi identificación inmediatamente. Mientras daba mi identificación uno de los soldados me preguntó que qué hacia por esta zona a lo que yo respondí que había dado un paseo para estirar las piernas.
-Tome su documentación, por cierto conoce usted a ¿Jöbel el viejo?. Preguntó mientras me devolvía mis papeles y yo me lo guardaba en la chaqueta.
-Claro, un buen hombre sin duda le tengo el alta estima. Respondí yo sin saber de lo que me preguntaba.
-Jöbel el viejo no existe ¡ALTO EL DETENIDO ESTÁ AQU... Un disparo rápido y certero le dio en la cabeza trasladándola para atras en décimas de segundo y soltando un reguero de sangre con mucha propulsión que manchó todo el suelo.
-El siguiente serás tú si no bajas el arma, te lo advierto, bájala eres muy joven. Decía mientras apuntaba en la cabeza de un soldado de las SS que no podía tener más de 19 o 20 años.
El joven soldado soltó una pistola idéntica a la mía y se arrodilló llorando con las manos sobre la cabeza.
-Por favor no me mate-. suplicaba él desconsolado.
-No te mataré pero quiero que te tumbes muy despacio. En ese momento él metió la mano al interior de su chaqueta, supuse que era para sacar algún arma a si que el dedo se me fue y disparé hiriéndole la zona del esternón. Mientras yo le ponía tumbado boca arriba, salieron de él unas palabras, probablemente las últimas que pronunciaría en su corta vida.
-Lo siento, yo no sabia que hacer...perdón por todo... Unos borbotones de sangre le salían de su boca y se deslizaba por sus carrillos hasta el suelo mientras tosía por mantener la respiración que la sangre impedía. En unos segundos sus ojos azules se disiparon y perdió la vida. Le requisé el interior de la chaqueta y en su interior tenía una foto de lo que parecía ser su madre y en sus hombros y ñiño sonriente y con cara cómica. Era su hermano pequeño.
Seguí rápido sin que me descubrieran por el pasillo, no venía nadie porque eran pasillos secundarios a si que seguí hasta la puerta donde saludé al guardia de la puerta y acto seguido salí de aquel horroroso lugar. Donde en el vestíbulo solo se escuchaban gritos, pisadas de soldados y sirenas que venían tanto del exterior como del interior.
La calle estaba rodeada por gente hablando y curioseando, tres camiones de bomberos se alzaban en medio del tumulto, mientras los bomberos entraban y salían, la policía establecía un cordón de seguridad, en la misma acera que el cuartel esperaba un coche oficial todoterreno tipo Volkswagen con la marquesina bajada mientras observaba que un hombre de aspecto rudo estaba fumando en ella. Era mi abuelo que disfrazado de chófer me esperaba a la hora planeada y en el sitio acordado.